En abril de 2012, poco después de nuestra llegada a Tenerife, acudí al refugio Rosaleda en Puerto de la Cruz con interés de adoptar un gato. El refugio estaba en muy malas condiciones y por ende, no tuve una buena impresión de los gatos que allí residían. Un joven Tineferño, muy amable, procedió a enseñarme los gatos disponibles para adopción. Pregunté si tenía una hembra adulta ya que no quería una gatita.
Entonces, él me llevó a una jaula grande donde se encontraban todos los gatos. Habían alrededor de treinta gatos en ella. Él me dio tiempo para que viera si me interesaba alguna. Poco a poco las observaba y trataba de ver si sentía una conexión con alguna de ellos, pero, sinceramente, todas me parecían estar en muy mal estado de salud. De pronto, una se acercó a mí. Me permitió tocarla y acariciarla, muy mimosa ella. Al mismo momento me dio un golpe suave con una de sus patas y se fue. Su comportamiento me parecía genial y jamás pensé que no pudiera estar a punto de morir. De hecho, su aspecto físico era mejor que el de las demás, aunque le faltaba pelo en algunas zonas del cuerpo y tenía la cola cortada. A pesar de sus condiciones de salud, era un animal bello. Sus ojos azules tenían un color tan precioso que nunca he visto algo parecido en ningún ser humano o animal en mi vida. También su piel era muy extraña; cuatro colores, blanco, negro, rubio, con algo de marrón, organizados en manchas. En el refugio la llamaban tortuga por su pelaje.
Poco después decidimos adoptarla. Cuando llegó a nuestro hogar fue como si estuviera viviendo con nosotros por tiempo inmemorial. Al principio tuvo graves dificultades de salud, por lo que tuvimos que dejarla en el veterinario por varios días. Le descubrieron varias enfermedades, sobre todo alergias, por lo que acostumbraba a lamerse mucho, hasta llegar a perder el pelo. El veterinario no nos dio muchas esperanzas. La cuidamos mucho, hasta cosiendo ropa para sus heridas y partes blancas en su pellejo. Además, solíamos cargarla, tratando de calmarla para que dejara de lamerse. Así, poco a poco su salud mejoró. En mi opinión, esa temporada fue fundamental para el desarrollo y fortaleza de nuestra relación con ella y sobre todo, dio origen a su nombre, Itchy. El mismo viene del inglés y puede ser traducido como sarnosa, a raíz del picor por sus alergias. Por mucho tiempo, le solíamos poner un pañuelo al cuerpo tal como a un bebé.
Itchy fue una gata muy noble e Iluminada, siempre cerca de nosotros. Todo el mundo la amaba por su forma de ser y ella se llevaba muy bien con todos, conocidos o desconocidos por igual. Le gustaba dar suaves golpes con su cabecita, dormir acurrucada. Además, quería estar puesta en nuestro hombro y siempre se acercaba para sentarse en nuestras piernas o la cargáramos al hombro. Sorprendentemente, fue capaz de viajar en coche sin quejarse y parecía estar muy relajada durante los viajes. Una vez, se robó el jamón serrano de un bocadillo de mi esposo que se encontraba sobre la mesa, en otra ocasión mordió una papa frita con sabor de jamón de su propia mano, viniendo de detrás del sofá. Cuando ella estaba bien relajada sobre una manta en el sofá, no se movía cuando queríamos quitar la manta, simplemente se deslizaba fuera de ella. Durante mis sesiones de meditación se colocaba encima o al lado de mis piernas, a veces junto con nuestra otra gata Afifa, ella encima de Itchy con sólo una manta separándolas. Disfrutaba mucho de nuestras meditaciones. Cada mañana solía despertarnos colocándose en el cojín al lado de nuestras cabezas buscando contacto físico antes de empezar el día.
Con el tiempo, le dimos varios apodos tales como Bomba, Fatty fatty bumbum (por su peso, ya que había engordado con los años), Milchkuh (Vaca de leche en alemán) por el orden de las puntas en su pellejo, Number One (por ser la primera de nuestras tres gatas), Wichtmaus (nombre inventado aludiendo a su comportamiento, diciendo algo parecido como una pilla), Itchy Mouse (ratón), Snooze etc..
Después de más de una década, once años exactamente, súbitamente se puso muy enferma. Hicimos varias visitas al veterinario, pero no detectaban nada grave. Como resultado, su comportamiento cambió, empezaba a maullar frecuentemente y quería estar aún más cerca de nosotros. Un día su respiración se aceleró, por lo que la llevamos al veterinario. Después de varias pruebas, nos sugirieron moverla a otra clínica para hacer más pruebas. Al día siguiente recomendaron una operación del pulmón. Como nunca supimos su verdadera edad, estimábamos que tenía entre 12-16 años, no estábamos muy a favor de proceder con la operación. Pero, considerando que era la recomendación de la Veterinaria, estuvimos de acuerdo con la misma. De ahí en adelante, todo corrió muy rápido. El lunes la llevamos al veterinario y falleció el sábado siguiente, 15 de abril de 2023 a las siete de la mañana. Poco después, por un análisis, descubrí que la causa había sido un cáncer de pulmón agresivo.
Sólo lamentamos que permitimos que la operaran, pasando así sus últimos días en una caja de oxígeno, aislada sin contacto físico alguno, cosa que añoraba, y sin nuestro apoyo. Lo más duro fue que, debido a que no seguimos nuestro corazón y lógica, tuvo que estar sufriendo sus últimos cinco días de vida. En fin, no nos arrepentimos de momento alguno que tuvimos el honor y placer de pasar junto a ella durante esos once años. Tuvimos muchos momentos divertidos, la amábamos profundamente, y fue muy especial haberla conocido. Espero que nos perdone las malas decisiones que cometimos durante sus últimos días de vida. Buen viaje amiga, fue un placer vivir a tu lado tantos años. Jamás te olvidaremos.